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A los que nadie mira

La pobreza en el mundo rico existe. La vemos en nuestras calles, la vemos en los cajeros, en los parques y descampados. Los sin techo, vagabundos, indigentes, y otros sinónimos más crueles definen a personas que llenan las ciudades del mundo privilegiado.

Miles de personas viven en grandes ciudades en la más extrema pobreza. No voy a analizar cual es la situación que ha podido llevar a dichas personas a la dura calle ya que causas hay muchas y todas muy diferentes. Lo que voy hacer hoy, como suelo hacer desde el día en que empezé, es remover conciencias. Hacer pensar a todos los que leen este post, sentados en su sofa, viendo la televisión, con la nevera llena, la cama hecha y según la temperatura, con la calefación puesta, es el principal objetivo de todo lo que escribo, por supuesto, hoy también.

Las personas sin hogar, con sus carritos llenos de pertenencias, con sus cartones para protegerse del frío, muchos con sus mascotas, llenan calles y bancos de nuestras ciudades y no los vemos o fingimos no verlos. En muchas ocasiones, nos cruzamos de acera y sentimos asco. Pero, ¿cómo sentir asco de seres humanos? Más aún, ¿cómo sentir asco de personas en una situación de extrema pobreza?

¿Que nos ocurre? ¿qué pasa por nuestras cabezas? He oido bastantes veces que los indigentes son borrachos, que van siempre con su brick de vino en la mano, que ganan mucho dinero pidiendo, que no son tan pobres, …

Comentarios inconscientes. Pensar que un sin techo es todo eso sólo indica incomprensión, ignorancia, vagueza mental, … Una persona sin hogar tiene un problema, ya sea de índole económico, social, mental. Es una desestructuración de cualquier forma y cerrar los ojos no los hará desaparecer.

La sociedad de nuestros países está compuesta por muchos tipos de ciudadanos pero todos la componen y todos la definen. Si existen muchas personas sin hogar significa que hemos fracasado como sociedad. De todos depende que no haya desestructuraciones de este tipo, que seamos capaces de impedir que nadie duerma en la calle, que haya instituciones y organismos que se preocupen por el ciudadano y la pobreza, que nadie sienta indiferencia por lo que ocurre en su ciudad.

La indiferencia es un mal que avanza y que debemos frenar. Las personas sin hogar deben ser objetivo de los ciudadanos, de los votantes, de los políticos, de los programas electorales. Pero esto empieza con nosotros mismos. Si no nos importa no exigiremos nada. Debemos salir a la calle con los ojos abiertos, mirar todo con corazón. Una profesora que tuve en el colegio siempre decía que salir con cascos a la calle no sólo nos volvía sordos a lo que ocurre en la calle, sino también ciegos, ya que nos encerrabamos en el mundo de la múscia y nos perdíamos los detalles del mundo real, el que nos rodea. Puede que fuera una exageración, pero tiene su parte de verdad. La calle es un reflejo de lo que somos y es la única forma de darnos cuenta que es lo que no nos gusta y que podemos cambiar.

Pensemos un segundo en los que hoy están fuera, en la calle, en la más extricta soledad. Son nuestra responsabilidad como individuos y como sociedad. Mientras existan ( y nos den asco), nosotros daremos asco. Hagamos de ellos nuestra prioridad.

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