A parte de la muerte, de la crueldad extrema de ETA, que invadida por la sin razón, hoy ha vuelto a matar, el protagonismo del día está en manos de las mujeres. En España, por una parte, porque el Tribunal Constitucional ha avalado la Ley contra la violencia de género y, por otra, junto con África por el III Encuentro de Mujeres africanas y españolas por un mundo mejor.
Las mujeres en todas partes, en todos los países, desde Occidente a Oriente, son las más pobres entre los pobres. La situación de la mujer se mantiene en un plano de inferioridad frente a los hombres a nivel mundial.
La mayoría de los 1.500 millones de personas que viven con 1 dólar o menos al día son mujeres. Además, la brecha que separa a los hombres de las mujeres atrapados en el ciclo de la pobreza ha seguido ampliándose en el último decenio, fenómeno que ha llegado a conocerse como «la feminización de la pobreza«. En todo el mundo, las mujeres ganan como promedio un poco más del 50% de lo que ganan los hombres.
Las mujeres que viven en la pobreza a menudo se ven privadas del acceso a recursos de importancia crítica, como los préstamos, la tierra y la herencia. No se recompensa ni se reconoce su trabajo. Sus necesidades en materia de atención de la salud y nutrición no son prioritarias, carecen de acceso adecuado a la educación y a los servicios de apoyo, y su participación en la adopción de decisiones en el hogar y en la comunidad es mínima. Atrapada en el ciclo de la pobreza, la mujer carece de acceso a los recursos y los servicios para cambiar su situación.
Y, aunque a la mayoría de los hombres les duela, son las mujeres las que sustentan el mundo. Los niños se hacen hombres gracias a ellas, a nosotras. «Cuando un hijo pide comida, éste dice: -Mamá tengo hambre. Casi nunca dicen papá», sentenciaba ayer una ministra de Guinea-Bissau. Esto pasa a lo ancho y largo de este mundo.

En los países subdesarrollados, las mujeres trabajan en el campo, en la casa, producen pero no reciben. Son las que menos comen pero las que más dan de comer. Y, también son las que luchan, las que se rebelan en África, cuando les falta el pan a sus hijos.
El mundo sigue su curso, se mueve día a día, y en parte es gracias a las mujeres. Pero nadie ve y nadie oye. Es triste pero la pobreza y la violencia son un mal especialmente sufrido por la mujer, la europea, la americana, la asiática y, sobre todo, por la africana.
Está en nuestras manos cambiar, muchos nos acusan de sexistas cuando se piden leyes y medidas que primen a la mujer sobre el hombre, pero la única forma de avanzar es hacer oídos sordos. Dichas leyes y medidas son necesarias. La mujer no es igual que el hombre, afirmar lo contrario sería mentir. Nos diferenciamos física y psicológicamente, y, por supuesto, ni unos ni otros somos seres superiores. Lo único que queremos reclamar son los mismos derechos, la igualdad de oportunidades y mientras esto no sea una realidad por sí sola habrá que promover normativas que obligan a hacer un hecho esta igualdad de derechos.
Y no sólo es eso, mientras parte del mundo, de los hombres, esté, nos guste o no, en manos de mujeres, debemos luchar por conseguir que la mujer esté en donde se merece.
Por desgracia no elegimos ni el género ni el lugar donde nacemos. Esto condena a diario a miles de personas. Y el mundo sigue indiferente.
Menos mal que hay mujeres, y también hombres, que luchan por sacar a la mujer de su marginalidad económica y social. De defenderla frente a la violencia de los hombres, violencia que causa tantas y tantas muertes.
Al menos una de cada tres mujeres en todo el mundo ha sido golpeada, coaccionada sexualmente o ha sufrido otro tipo de abuso en su vida. La violencia contra las mujeres y las niñas es un problema con proporciones de epidemia, quizás la violación de los derechos humanos más generalizada de las que conocemos hoy en día. Destroza vidas, rompe comunidades y detiene el desarrollo. Pero se ven pocas pancartas, nadie clama contra el genocidio, porque ir contra una parte determinada de la población, es genocidio.
Las estadísticas muestran un panorama desolador en relación con las consecuencias de la violencia contra la mujer (incluso el Consejo de Europa ha llegado a declarar la violencia contra la mujer como una emergencia de salud pública y como causa mayor de muerte y discapacidad de mujeres entre 16 y 44 años). En un informe del Banco Mundial, se estimaba que la violencia contra la mujer era una causa de muerte e incapacidad entre las mujeres en edad de procrear tan seria como el cáncer y una causa de mala salud más frecuente que los accidentes de tráfico y la malaria juntos. (Datos de UNIFEM).
Datos escalofriantes que dan que pensar. No saben lo afortunada que me siento ahora mismo por estar sentada tranquilamente en mi sofá, con la nevera llena, un marido que me quiere y me respeta y la libertad de decidir sobre mi sexualidad y sobre mi maternidad. Sí, como española, como europea, sigo sufriendo discriminación. Tengo menos oportunidades que un hombre en el mundo laboral, y si quiero acercarme a su éxito profesional tengo que renunciar a mi vida familiar, al derecho que tengo por ser mujer y ciudadana de ser madre. Pero claro, las comparaciones son odiosas, y comparar me hace afortunada. Tristemente.

Este encuentro entre españolas y africanas es un pequeño paso adelante. Las mujeres africanas sufren doblemente, por mujeres y por pobres, pero andan y andan con pasos firmes para reivindicar sus derechos como mujeres y como pilar del desarrollo y del futuro del continente africano.
Entre las pocas mujeres presidentas de gobierno, una es africana. Ellen Johnson-Sirleaf es la actual presidenta de Liberia y si el poder no la corrompe, las mujeres (por desgracia) también nos corrompemos, luchará por sacar a su país de la cadena de guerra y miseria. Solicitando el voto dejó una frase para la historia de ese país: «Todos los hombres le han fallado a Liberia, dejemos que lo intente una mujer«.
Esta es una muestra de la lucha por las mujeres africanas por existir, por no ser sólo la sombra que muere por dar de comer a sus hijos, la que muere mutilada, violada. El principal objetivo debe ser garantizar la plena libertad de la mujer para elegir, para decidir.
Que la voz de las mujeres del mundo se sacuda, no demos nada por sentado. Vamos por el buen camino, pero queda mucho por hacer. Nuestro gobierno quiere promover la creación de un fondo de género en la ONU. Esperemos que no se quede en palabras. Esperemos que una vez creado sirva para algo y no sea desperdiciado.
El avance de la mujer parte de la educación, empezando por la educación de las propias mujeres ya que son ellas las primeras en la cadena de transmisión de principios y valores a las generaciones futuras. Esto no sólo es cosa de mujeres, los hombres, también participan. Las mujeres son madres e hijas antes que mujeres.
Abramos los ojos a un problema que intenta pasar desapercibido, sólo el grito activo de todos conseguirá allanar el camino a las mujeres futuras.