Hoy, una vez más, los efectos de un desastre natural se han unido a los efectos de la globalización para deshacer la vida de miles de personas.
Haití, un país con una historia plagada de dictaduras, corrupción, pobreza y revueltas ha sido sacudida por un terremoto.
Un país mutilado, con gobiernos fallidos y en los últimos puestos de la lista de los países pobres del planeta sufre un terremoto y el mundo observa durante dos días cómo han perdido lo poco que tenían.
Durante una semana todos sabremos donde está Haití, cual es su capital, sabremos cómo era y como ha quedado el Palacio presidencial, o su Catedral.
Pero, luego lo olvidaremos cómo hemos olvidado la capital de Indonesia, cuál era su principal edificio o cómo se llamaban las playas más afectadas del tsunami de hace unos años.
Son las dos caras de la globalización, lo bueno o lo malo.
Gracias a la globalización, en unas horas los países con recursos ya habían comenzado a actuar. Pero no sólo los Gobiernos, los ciudadanos conocían lo sucedido, podían poner su granito de arena, ya sea destinando recursos o desde organizaciones de ayuda. Al mediodía ya había ONG’s y bomberos volando hacia el país caribeño.
Pero es la globalización, sus efectos brutales del libre comercio, de movimiento de capitales y empresas pero no de trabajadores, la que ha convertido un terremoto en un arma de destrucción masiva para todo un país.
Sólo es una reflexión. Así de triste pero dentro de un mes, Haití será olvidado, muchos ni se acordarán de que un día fue noticia.
Los debates sobre la globalización son muchos, pero deben ir unidos sobre la responsabilidad del ser humano y su conciencia.
¿A nadie le remueve su conciencia?
La madre Naturaleza
es a veces mala madre
cuando sacude con fuerza
haciendo un daño tan grande;
más a los que la pobreza
les hace vivir con hambre,
haciendo que sus viviendas
no superen este lance
cuando bajo ellos la tierra
sin avisarles se abre.
No eran siquiera las cinco,
de la tarde de este martes,
cuando de pronto el seísmo
sorprendió de modo grave.
Tras un sórdido ruido
la tierra madre se abre.
No cesan de oírse gritos,
hay madres que pierden hijos,
hijos que pierden sus madres,
las casas se vuelven nichos,
la muerte inunda las calles,
todo abajo se ha venido,
edificios destruidos
incluídos hospitales,
los atrapados y heridos
esperando los rescates
… hacía más de dos siglos
que un terremoto tan grande,
que un seísmo tan dañino,
no era tan fiero y salvaje.
Lo primero que me asalta
en esta desolación
es por qué la tierra paga
con este gesto traidor
a los que más la trabajan,
a los pobres, que ellos son
quien más de cerca la tratan
trabajando sol a sol;
ellos, con frágiles casas
que construyen con sudor,
ellos, que no tienen nada
pierden más con la agresión
y quedan más en la nada
pero con mayor dolor.
Oh, Madre Naturaleza,
no lances con tanta fuerza
tu furia en forma de piedras
sobre familias enteras;
no dejes más que la tierra
se quiebre de tal manera
bajo los que la pobreza
tienen de fiel compañera.
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Niña, nos hemos leído el pensamiento.